Teutona de blanca piel y facciones redonditas. Siempre fue mi fiel compañera desde la adolescencia. En todo momento ella supo cómo hacerme sentir bien cuando yo lo necesité, gracias a su atención innumerables aflicciones fueron más livianas, ella alejaba mis dolores de cabeza.
“Ten cuidado con ella”, me decían muchos, “si pasas mucho tiempo a su lado te hará mal, te acabará causando una úlcera, chico, ella no es tan dulce como crees”. Pero yo prefería desoír aquellos consejos de los que veían a un potencial enemigo tras aquel aspecto inofensivo.
No es casual el que al igual que yo ella siempre llevase el verdiblanco en su corazón, una razón más dudar de aquellos malintencionados comentarios. El orgullo con el que mostraba invariablemente sus colores me transmitía total confianza.
Pero mi partida hacia Japón nos separó. Fue duro acostumbrarse a su ausencia. En algunas situaciones hubiera deseado tenerla cerca…
No voy a mentir, traté de buscarle sustituta, pero ninguna candidata me hacía sentir lo que la alemana.
Y en medio de mi desesperación, en el lugar menos esperado y cuatro años después de aquel último encuentro, ¡se presentó ante mis ojos!
Todo ese tiempo ambos habíamos estado tan cerca, nos habíamos cruzado en tantísimas ocasiones sin que ninguno de los dos se percatara de ello… Dicen que la vida te da sorpresas.