Salí al encuentro de Ana, que había vuelto de España un día antes. “Nos vemos en Ikuta Jinja en cinco minutos, estaré por allí haciendo unas compras” me dijo cuando hablamos por teléfono y comentó algo acerca de una exhibición de artes marciales que estaba teniendo lugar en el santuario. Yo ya estaba pedaleando entonces y, aunque era un poco tarde y había poquita luz, había salido de casa con la cámara –“nunca se sabe lo que uno se va a encontrar por ahí”, pensé–.
Con Ana ya siente uno ese inusitado privilegio que otorga la confraternidad, cuando el hecho de la ausencia temporal de un amigo no da pie al más mínimo distanciamiento en la amistad. Esto suele pasar en contadas ocasiones. Me refiero a ese tipo de reencuentros en los que alguien suelta algo como “parece como si nos hubiésemos visto ayer por última vez”, en referencia a un manifiesto alto grado de complicidad y camaradería.
A las ocho de la tarde, en un día normal, el santuario de Ikuta tiene sus puertas cerradas al público. Al verlo iluminado y con tal congregación de personas durante la noche me sentí empujado a entrar para echar un vistazo mientras escuchaba las vivencias de esa especial estancia de Ana en su tierra.
Miembros del club de “kyuudou” (弓道) preparándose para tirar.
Anteriormente había presenciado algún que otro entrenamiento de “kyuudou” (el camino del arco) en las instalaciones de una high school en la que algunas veces hice de asistente nativo en las clases de idiomas. Desde el primer momento pensé que de todas las artes marciales es esta la que confiere mayor elegancia a quien la practica. Y no hace falta ser un aprendiz de tal disciplina para darse cuenta de que es un modo suficientemente eficaz para cultivar virtudes como la perseverancia y la paciencia.
El señor de la foto estuvo poniéndole narración al evento por medio de la megafonía del recinto. Al parecer el hombre tiene 82 años y no ha olvidado en lo más mínimo la manera de tensar el arco. De hecho fijaos en el modo en que mientras lanza una primera flecha sostiene una segunda con la misma mano que tira del enflechamiento de la cuerda. íl no necesita carcaj ni artilugios por el estilo.
Dos chicas extranjeras que figuraban entre el sector más fascinado del público asistente vieron gratificado su peculiar interés cuando uno de los “sensei” las invitó a participar en el evento. Por supuesto todo ello ocurrió bajo la extrema supervisión de los maestros, a pesar de lo cual hay que decir que una de las flechas salió peligrosamente del campo de tiro. La cara de los profesionales mostró algo de preocupación. Luego entendí que dicha inquietud radicaba más en el hecho de que la saeta podía haber sido dañada que en la posibilidad de que alguien saliera herido, pues en la zona donde fue a parar no había nadie en ese momento. Imagino pues que estos instrumentos han de ser caros. Uno de los instructores, el mismo que recogió el arma lanzada, dijo: “no hay problema, pero, por favor, colocaos más al medio…” mientras reía. No obstante las chicas lo hicieron bastante bien. Yo, de seguro, no lo hubiera hecho mejor.
Aquí tenéis algunas fotos más de la exhibición:
La tensión sobre el arco se va ejerciendo a medida que los brazos van bajando su posición, manteniendo siempre la flecha paralela a tierra.
Una vez que la flecha desciende a la altura de la boca del arquero es momento de afinar la puntería para, tras liberar la cuerda con un ligero movimiento del brazo derecho, ejecutar el tiro.