Andaba yo pensando en el ayer, pero no en el día de ayer, porque lo que ocurrió en Sevilla ayer es tan bochornoso que no merece ser ni siquiera mencionado en este blog, qué vergíŒenza, en pleno día de Andalucía…
Me refería al pasado, a los años que ya van quedando atrás. Y es que mirando mi nueva guitarra me preguntaba el otro día por el momento en que me dio por empezar a tocar, quise retroceder en el tiempo para recordar ese momento, si es que fue un momento, porque más justo sería quizás hablar de momentos en plural.
De todos modos creo que yo tendría entre quince y dieciséis años cuando uno de mis amigos del instituto, Fernando, me lió para que dejara de asistir a una clase de trigonometría (mala costumbre aquella que adoptamos, que nos costó a más de uno muchos madrugones de verano para asistir a clases privadas…) para pasar por casa de “Valen”, un colega que había comprado una guitarrilla acústica hacía unos meses y que estaba aprendiendo algunos acordes y tocaba una parte, a su aire y con todos los respetos a Brian May, del famoso “Innuendo”, ese gran tema de Queen (todo eso el mismo año que el mundo vería como la voz de Freddie Mercury se apagaba).
Allí estábamos Fernando y yo embobados escuchando a Valentín. Y lo siguiente que recuerdo es que aquella semana compré mi primer juego de cuerdas para una guitarra acústica que mi hermano tenía abandonada por casa. Después de eso mi familia me sufriría durante mucho tiempo pegándole a las cuerdas, hasta que aquellos ruidos fueron poco a poco (muy poco a poco) convirtiéndose en acordes.
Nunca he tocado bien, eso lo reconozco, pero nadie me quita “lo bailao”, o “lo tocao” debería decir. Y es que desde aquel día fueron muchas las personas a las que tuve el placer de conocer, gracias a la guitarra, ese encantador pretexto de seis cuerdas.
Y en aquel tiempo se me abrió un nuevo mundo, el de la música. Me convertí en un asiduo cliente de la desaparecida tienda, nueva por aquella época, Sevilla Rock, donde fui encontrando a Dylan, a Morrison, a Paul Simon y Art Garfunkel, a “sus satánicas majestades”, a Hendrix, a Clapton y The Cream, a Elvis (a este se encargó de presentármelo mi hermano), y un largo etcétera que sería interminable. Pero de todos siempre un grupo fue el que más me impactó, los Fab Four, The Beatles.
En aquel tiempo los discos de vinilo estaban tirados de precio y podía permitirme un par o tres de ellos al mes. Recuerdo que compré el album “The Freewheelin´” de Bob Dylan por 650 pesetas, el mismo precio que pagué por otros LP´s como “Waiting for the Sun” de The Doors, o la discografía completa de Simon and Garfunkel. Todos los conservo, además en un estado bastante bueno.
En aquella época muchos de mis colegas me miraban con cara rara cuando me veían con la bolsa de Sevilla Rock por la calle y me pedían que les enseñara el disco que acababa de comprar. Seguramente ellos esperaban ver cosas como Snap, KLF, Technotronic o MC Hammer. Años después alguno de ellos vino a pedirme prestados los vinilos de The Doors porque aquella porquería de película de Val Kilmer los puso de moda. Bueno, por supuesto que se los prestaba, ¿cómo negarle algo así a un amigo?, eso sí, le daba el coñazo explicándole como sacar el disco de su funda, como pasarle el terciopelo antes y después de escucharlo y como colocarlo verticalmente tras la audición.
Detalles exquisitos que la generación del CD y aún menos la del iPod conoce. Cuánta magia en esas motitas de polvo al ser amplificadas y mezcladas con la música…
Este soy yo tocando con mi grupo, hará ahora unos diez añitos.
Pues bien, como os decía, fueron The Beatles los que me llevaron a interesarme más por la guitarra e incluso por el inglés, otra llave en gran parte responsable de que ahora yo esté aquí en Japón. Y es que los cuatro de Liverpool cambiaron mi vida en algunos aspectos como nada o nadie había hecho. Hasta me fui a Inglaterra y pasé por sitios tan emblemáticos como los estudios de grabación de EMI en Abbey Road (algún día tengo que secuestrar a mi amiga Mary Luz para que me deje escanear las fotos que sacamos aquel día cruzando el famoso paso de cebra).
Este es el muro de los estudios de Abbey Road. La foto no es mía, es de un tal Phil Dent y la tomé prestada de la contraportada del libro “Abbey Road”, de Brian Southall, Peter Vince y Allan Rouse.
Esta es la portada de otro libro, uno que compré hace no mucho. Se trata de un pequeño manual para estudiar inglés con las canciones de The Beatles.
Años después de aquel día de rabona en casa de Valen, un buen amigo me llamó para proponerme montar una banda. Obviamente les dije que por qué no, y así estuvimos cinco añitos, hasta que las obligaciones académicas de unos y las profesionales de otros nos llevaron a parar el tema.
Como os decía yo nunca toqué bien, y este grupete no era ninguna maravilla, pero lo pasábamos de puta madre. A esta gente los quiero como a hermanos. La verdad es que ellos sí que son buenos tocando y siguen en ello, y su envidia que me dan.
En fin, me he enrollado mucho, me ha quedado largo este post, pero me apetecía recordar aquello por un momento, y los recuerdos van apareciendo sin que nadie los pueda parar.
La Puerta del Ruido en 1996, de izquierda a derecha Manolo, David, Fernando, Julio y yo.
Aquí un año más tarde en la discoteca Uru, en Puerta Triana.
Aquel grupo se llamaba “La puerta del ruido”, nombre que quizás hacía honor a nuestro trabajo. Ellos, como os decía, siguen tocando, ahora con el nombre de “Bajo Cuerda”. Hace algún tiempo les abrí un blog para que informen ahí de sus avences. Si estáis por Sevilla o Cádiz seguro que tendréis ocasión de verles, de modo que no dejéis pasar la ocasión porque merece la pena, de verdad.