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Puesta de largo

Tuesday, January 20th, 2015

Una vez más un artículo de mi amiga Montserrat Sanz Yagüe viene a ennoblecer las páginas de este blog.

En esta ocasión se trata de una hermosa reflexión acerca los dos principales eventos que tuvieron lugar en esta ciudad a lo largo de la pasada semana: la celebración del “seijinshiki” (成人式, momento del año en el que los jóvenes que cumplen 20 años entre el 2 de abril del año anterior y el 1 de abril del presente son convocados a una ceremonia en la cual una autoridad les informa en un acto solemne de las responsabilidades que deberán afrontar durante su vida como adultos) y la llegada de una triste efeméride que ya lleva conmemorándose dos décadas siempre que el calendario alcanza el día 17 de enero, la fecha del gran terremoto de Kobe.

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Aquí tenéis el texto del artículo publicado en El Adelantado de Segovia:

Puesta de largo
SEGOVIA, DESDE FUERA
Montserrat Sanz Yagüe

En Japón el relativismo se aplica incluso a la mayoría de edad. A los dieciséis años uno puede trabajar (aunque con restricciones), a los dieciocho conducir, y a los veinte uno puede votar y beber. Esta última y definitiva mayoría de edad merece una fiesta nacional, la más colorida del año. Cientos de jóvenes que cumplirán veinte años en los próximos doce meses se ponen de largo y son reconocidos como adultos el segundo lunes de enero. Las calles de esa fría mañana de invierno se llenan de chicas con espectaculares kimonos. Los chicos se dividen entre aquellos que eligen la indumentaria tradicional (los menos) y los que se compran su primer traje, el que les servirá en los dos siguientes años para sus entrevistas de trabajo si son universitarios. Durante ese día todos ellos participan en ceremonias oficiales organizadas por los municipios. El alcalde y otras autoridades les dan la bienvenida a la vida adulta y les recuerdan sus responsabilidades. Los chicos, a través de un representante, hacen una declaración de principios y un compromiso con la sociedad. La alegría colectiva es palpable en las calles. Es un ritual anual, oficial y público por el que pasan todos los ciudadanos y en el que participan todas las clases sociales. Siempre me ha parecido que este tipo de costumbres contribuye en parte a la unidad nacional tan evidente en Japón.

En cualquier caso, este año, el ritual ha tenido una particularidad en Kobe, la ciudad donde vivo. Hoy, diecisiete de enero, se cumplen exactamente veinte años desde que un gran terremoto asoló la ciudad, se llevó la vida de más de seis mil personas, dejó a cientos de miles sin casa y el puerto y algunas autopistas destrozadas. Este año, los chicos que se han puesto de largo son los primeros que no vivieron aquel desastre o que sobrevivieron a él con apenas unos días de vida. Son la generación post trauma, por llamarla de alguna forma.

En esta ocasión, además de darles la enhorabuena a los veinteañeros, los que se merecen un buen homenaje son sus mayores y la cultura del tesón que representan. Han sido capaces de entregarles como regalo por su mayoría de edad una ciudad moderna, limpia, con transportes eficaces, carreteras y autopistas en buen estado e instalaciones de todo tipo, una ciudad agradable, dinámica y completamente reconstruida. Del terremoto quedan heridas emocionales y una especie de añorada prosperidad siempre por llegar, pero la huellas físicas se reducen a un memorial con todos los nombres y una llama eterna, un rincón al lado del mar donde se han preservado el suelo y las farolas tal y como quedaron tras aquellos fatídicos veinte segundos, y un buen centro de documentación e investigación sobre seísmos. Por lo demás, Kobe sigue mirando al mar con elegancia y dignidad, como una veinteañera estrenando su kimono de colores con símbolos de longevidad y felicidad.

Es como si este año Kobe les estuviese diciendo a sus jóvenes adultos: yo también cumplo veinte años desde que volví a nacer y tengo toda la vida por delante. Ahí me tenéis. Vuestros mayores han reconstruido lo que han podido. Ahora vosotros sois la gran esperanza. A ellos les ha tocado reconstruir una ruina física. A vosotros os toca reparar la ruina de la crisis financiera y demográfica. Cada generación tiene lo suyo. Hagamos nuestro primer brindis legal y no olvidéis que vuestra obligación, como os han demostrado, es dejar a vuestros hijos una ciudad mejor que la que os vio nacer.

Y nunca mejor dicho.

La culpabilidad de los necios

Friday, April 8th, 2011

Ayer día 7 la tierra temblaba nuevamente de un modo preocupante en Tohoku. En el epicentro del seísmo, junto a las costas de la prefectura de Miyagi, se registraban 7.4 grados de magnitud en la escala japonesa (en tierra el terremoto alcanzó 6 grados en dicha escala). Esta vez todo ocurría durante la noche: el seísmo, la alerta de tsunami, los problemas en el suministro de electricidad… Aterrador, sin duda, pero en esta ocasión las consecuencias no rozaron la devastación de la vez precedente.

Desde la lejanía seguimos con aflicción la consecución de los trágicos eventos que van ya camino de cumplir un mes. Aún miles de personas continúan desaparecidas, aún hay miles de personas que siguen viviendo en refugios, pasando grandes dificultades en medio de un clima duro (en Kansai apenas hace 4 días que comenzamos a sentir algo parecido a la primavera, pero en el norte el frío sigue). Todas estas personas ayer vivieron un episodio más dentro de esta maldita pesadilla: lo de ayer no fue una simple réplica, imaginad por un momento la entereza mental necesaria que ha de mostrar un ser humano para sobreponerse ante una situación tal.

 

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Con los pies en la tierra

Tuesday, March 22nd, 2011

Montserrat Sanz es profesora de español en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe. Si no recuerdo mal llegó a Japón en 1996. Tanto ella como su marido, William, son dos excelentes personas con además un inconmensurable sentido de la hospitalidad. Yo tengo el privilegio de poder decir que Montse y William son mi amigos.

Durante el fatídico día 11 de marzo Montserrat estaba en Tokyo por motivos de trabajo. Allí le tocó vivir la experiencia del terremoto, una vivencia terrible de la que ella ha sabido y está sabiendo extraer la gran lección que el pueblo japonés está dando al mundo en estos días. Los hechos son desoladores, pero resulta impresionante la actitud de los nacionales aquí, como ella misma dice “los japoneses tienen los pies bien anclados en la tierra”.

Montserrat colabora mensualmente con el diario “El Adelantado de Segovia”, un periódico local de la provincia de la que es natural. Su reflexiones acerca del Japón que ella vive no tienen desperdicio. Le pregunté si le parecía bien compartir los artículos que en estos días ha escrito para dicha publicación aquí en Motomachicakeblog. Ella accedió encantada, de modo que aquí los tenéis. El primero de ellos lo podéis descargar en PDF desde este mismo enlace. El segundo lo encontraréis siguiendo este otro link.

Volare

Tuesday, January 22nd, 2008

No puedo estar más de acuerdo con don Arturo Pérez-Reverte en su último artí­culo publicado en El Semanal bajo el tí­tulo “Robin Hood no viaja en avión”. Por desgracia comparto su sentimiento cuando cada año por navidades se acerca el momento de viajar a España. También yo he llegado a odiar los aeropuertos. Tanto pretender el control en pro de la seguridad en ellos no ha hecho sino convertirlos en una auténtica olla de grillos.
Hace unos dí­as, tras una breve desconexión del mundo del silicio propiciada por las vacaciones, repasaba algunos de los numerosos blogs que suelo frecuentar, el de un chaval castellonense que reside en Tokio, Alain es su nombre. Me hací­a gracia la entrada en la que narraba el contratiempo que le surgió en el mostrador de embarque del Aeropuerto de El Prat. El chico, acompañado de su mujer, volaba en clase turista y llevaba un sobrepeso de 15 kilogramos, exceso de carga por la cual le reclamaban el pago de 600 euros en concepto de facturación extra. Es obvio que a Alain se le escapó el “detalle” de comprobar el lí­mite de peso permitido por la aerolí­nea que operaba su vuelo, que como en todas las que conozco se reduce a 20 kilos por persona en la clase económica. Esta información está disponible en la página web de las principales compañí­as de transporte aéreo, además de estar impresa en el reverso billete que uno adquiere. Encaje de bolillos hacemos nosotros cada vez que tenemos que cerrar la maleta para que el peso cuadre.
Claro que por otra parte cabe dentro de la lógica pensar que 20 kilos sea una cantidad que se queda más que corta para alguien que viaja desde un continente a otro, mediando diez mil kilómetros de distancia, especialmente cuando esa persona reside en el extranjero y tan solo vuelve a casa como el turrón de El Lobo, por Navidad. También es una “mijita” incoherente que 15 kilos desde Barcelona a Tokio valgan casi lo que un pasaje.
Pero es que los aeropuertos y los aviones son hoy por hoy dos cosas faltas de toda coherencia. Y cito un párrafo del artí­culo de Pérez-Reverte:

“No hay mejor prueba de lo idiota del sistema que el cuchillo y el tenedor de acero que en clase ejecutiva entregan con la bandeja de la comida tras haberte despojado previamente, en el control de tierra, de las horquillas del pelo y el cortaúñas. Como si los terroristas y los malos viajaran sólo en clase turista.”

Como no menos estúpido es el hecho de que se limite el tamaño de frascos y demás recipientes que contengan lí­quidos, como el agua y otros refrescos, así­ como geles, pastas, lociones y aerosoles, a 100 ml. Digo yo que o se permiten o se prohí­ben en su totalidad, total, puestos ya a putear al personal… Pero claro, esto no les debe parecer tan estúpido a los que están haciendo el agosto con las ventas de las tiendecillas del aeropuerto y los duty-free, que menos mal que están libres de impuestos porque vaya precios…
Desde que estoy en Japón el precio de mi vuelo (siempre viajo en la misma temporada) se ha visto incrementado en unos treinta mil yenes y seguimos sumando. De hecho el pasado dí­a 12 cuando aterrizábamos en Kansai la misma compañí­a que nos traí­a hací­a una nueva subida de los precios.
Bueno, me ha quedado largo, de modo que hablaré del servicio que prestan las aerolí­neas otro dí­a.

Maguro

Saturday, January 20th, 2007

Os quiero remitir hoy un artí­culo de Arturo Pérez-Reverte que me ha parecido interesante. Y es que en los últimos meses he leí­do por algún que otro blog comentarios de internautas que duermen muy tranquilos porque rechazan con firmeza el consumo de carne de cetáceo que ocurre a 10600 kilómetros de su casa, teniendo muy cerquita en proceso un exterminio similiar, el del atún rojo.
La ignorancia, ingrediente que mezclado con una dosis de vena ecologista de andar por casa resulta poco menos que absurda. Y no crean ustedes que el que escribe este blog esté reservándose el derecho de no sólo no liberar a Willy sino el de trocearlo y servir su cuerpo en un kaitenzushi, nada más lejos de mis intenciones. Precisamente tuve la ocasión, recién llegado a Japón, de provar la carne de ballena una noche en un restaurante de sashimi de Sannomiya. Mi anfitrión aquella noche me invitó a una degustación de pescado crudo que él mismo eligió, de modo que uno se limitó a ir correspondiendo vaciando aquellos platos tan exquisitamente presentados. Y he de decirles que uno puede perfectamente morirse sin haber probado el sabor de la ballena cruda, no se pierden nada.
Pero el atún rojo es otra historia, es el pata negra del sashimi y el que lo prueba, por lo general, repite. El que yo me he permitido hasta la fecha no creo que venga de España, lo sé porque sé cuánto pagué en cada ocasión, que fue bien poco, unos 650 yenes por un menú como el de la siguiente imagen:

Tampoco el que encontramos en supermercados con el precio rebajado es del que tratamos, de hecho su bajo precio atiende a su abundancia:

Hablamos pues del sashimi de maguro que cortan en buenos restaurantes y por el que no pagaremos menos de 700 yenes por una porción de sushi. Y os aseguro que ese plato es muchí­simo más frecuente y demandado que el de cetáceo.

Os dejo ya con el artí­culo de Don Arturo:

Sushis y sashimis

Les juro que a estas alturas ya me da igual. O casi me lo da, porque hace tiempo comprendí­ que es inútil. Que los malos siempre ganan la batalla, y que el único sistema para no despreciarte a ti mismo como cómplice consiste en escupirles exactamente entre ceja y ceja, y de ese modo estropearles, al menos, la plácida digestión de lo que se están jalando. Esta introducción -o proemio, que dirí­a don Antonio Gil, mi profesor de latí­n- viene a cuento del atún rojo, y el atún fucsia, y el chanquete, el salmonete o lo que ustedes quieran, y de los peces en general y de un mar en particular, el Mediterráneo en este caso. Y me da igual, les decí­a, o hago como que me lo da, que los pescadores, entre los que alguno no tiene dos dedos de frente o medio palmo de escrúpulos y le da lo mismo tener pan para hoy y hambre para mañana, estén logrando la extinción de cuanto vive bajo el agua, hasta el punto de que ir a una lonja para una subasta da ganas de llorar, cuando ves lo que sacan del agua: cuatro raspallones de mala muerte, un cefalópodo junior y un atuncí­llo despistado que pasaba por allí­.
Me da igual -o me pongo así­ de esta manera, como si me diera o diese-, que ahora los pescadores trabajen para esos campos de exterminio flotantes que se han montado en España los del atún rojo: las jaulas donde dicen que los crí­an, qué risa Basilisa, juas, juas, juas, como si no supiéramos algunos que ese atún no nace en cautividad ni aunque los padres estén borrachos, y que lo que se está haciendo en el Mediterráneo con ese bicho, además de una canallada ecológica, es un negocio que sólo beneficia a unos cuantos, y sobre todo a los japoneses que pagan una pasta, porque allí­ ese pescado es apreciado y carí­simo.
Podrí­a, si tuviera ganas -pero ya no tengo muchas-, detallar cómo se lo montan aquí­ mis primos; cómo detectan con avionetas los bancos de atún, los acosan, los cercan, los encierran en jaulas marinas, los engordan, los matan y se los remiten a los de las Nikon para sushis y sashimis. Podrí­a contar cómo, pese a que España es un paí­s que en teorí­a protege la especie en extinción del atún rojo -aquí­ no se expiden licencias, faltarí­a más, somos Unión Europea de elite y todo eso se hacen bonitas carambolas a cuatro bandas con licencias francesas y con morro nacional, un poquito de tela por aquí­ y un poquito de mandanga por allá, se habla eufemí­sticamente de viveros y de criaderos y de la zorra que los parió, y el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, del que también podrí­amos charlar despacio otro dí­a, mira impávido al tendido, supongo -me da la risa floja al suponerlo- que por amor al arte; y la Dirección General de la Marina Mercante prefiere no meterse en problemas; y los ecologistas, a quienes tanto les gusta salir en las fotos para gilipolleces, andan en esta materia con el bolo colgando en vez de montar la de Dios es Cristo; y los pescadores, esos pobres pringados, en lugar de boicotear ciertas jaulas o bloquear un puerto, o incluso pegarle fuego al organismo oficial correspondiente, aceptan trabajar como sicarios por cuatro duros miserables para los que de verdad se lo llevan crudo y que luego se hacen fotos en plan empresa ejemplar con las más altas autoridades, consejeros, presidentes y ministros incluidos, todos compadres con sus corbatas verde y rosa fosforito, encantados de conocerse í­ntimamente unos a otros. Smuac. Podrí­amos entrar en documentados y deliciosos detalles sobre todo ese panorama, repito. Pero a estas alturas no sirve de nada, y ya he dicho antes que me da igual; que el mal está hecho y es irreversible, y que cuando tenga ocasión de tropezarme a algún responsable de toda esa bazofia, ya me encargaré personalmente de ciscarme en su puta madre, si puedo. Pero lo que ya no me da igual es izar las velas para olvidar precisamente que vivo en un triste lugar llamado España, con elevadí­simo número de sinvergíŒenzas por metro cuadrado, y cuando al fin me creo libre allá afuera, Génova y Mayor arriba y con quince nudos de viento a un descuartelar, rumbo a donde sea, toparme con uno de los doscientos mil laberintos de jaulas, redes y balizas que ahora hay fondeados de cualquier manera y multiplicándose por todas partes, a veces sin señalar en las cartas, mientras te preguntas quién es el imbécil -en el más honesto de los casos- que autoriza que los calen aquí­ y allá, con luces que a menudo están apagadas en noches de temporal, en medio de las rutas tradicionales, bloqueando el paso a los abrigos de toda la vida -la otra noche, por ejemplo, eché las muelas recalando en la trampa mortal en que han convertido La Azohí­a de Mazarrón , y olvidando que, además del derecho de unos pocos a enriquecerse con el exterminio, para otros también existe el derecho a la libre navegación, y a que no nos toquen los cojones. y eso sin contar la sensación de tristeza, la amargura que produce navegar entre esas jaulas siniestras que huelen a mares desolados, a dinero turbio y a muerte.

Arturo Pérez-Reverte

El Semanal

14 de abril de 2002

Mentalidad y sensibilidad del japonés

Wednesday, July 26th, 2006

Bueno, me gustarí­a seguir con la nueva sección de artí­culos sobre Japón, de modo que os dejo aqui hoy uno que me gustó. Lo firma Akira Sugiyama, Profesor de la Universidad de Seisen en Tokyo.
Muy interesante leer este texto teniendo en cuenta que viene escrito del puño de un nativo:

Mentalidad y Sensibilidad del Japonés

Una de las cosas que asombra al extranjero es el gusto aparentemente poco variado del japonés. Los trajes que usan los hombres son casi siempre de color gris o azul. El extranjero se pregunta por qué los japoneses se visten con colores tan parecidos. Sin embargo los japoneses no consideran que se vistan tan iguales. A la hora de comprar o hacerse su traje el japonés también se toma su tiempo dudando y vacilando la selección. Aunque se trate de un traje de color gris, para el japonés existe una diversidad de tonos, y diseño que vistos a la distancia no tienen ninguna diferencia.
Una de las razones por la cual el japonés escoge dichos colores es para no resaltar demasiado entre los demás.
En la sociedad japonesa existen diversas leyes que uno tiene que respetar si no quiere ser visto con malos ojos por sus vecinos o conocidos. El japonés no se comporta según su propio criterio sino por el criterio de los demás. Es sensible al gusto y al criterio de los otros. Se viste y se comporta de una manera que no contradiga los gustos generales. La parte buena de esta conducta es el orden y la armoní­a que surgen a través de este comportamiento. Y el lado negativo es tal vez una fuerte y clara falta de originalidad.
Cada individuo representa un papel en la sociedad japonesa. Cómo debe de vestirse, cómo debe de expresarse, a qué edad tiene que casarse, hasta que edad tiene que trabajar.
Un amigo mí­o que es escritor y que vive en un barrio residencial, se siente incómodo cuando sale a darse un paseo por la vecindad. Como las demás señoras no saben que él es escritor, y lo ven pasearse ociosamente por las calles, lo creen sospechoso, y una persona rara, fuera de lo común. Ser fuera de lo común puede resultar algo casi vergonzoso. Un hombre tiene que ir a su trabajo todos los dí­as, esa es una regla para todos los adultos hombres, al igual que la mujer tiene que casarse a cierta edad. El japonés se impacienta cuando llama la atención de los demás o siente que lo observan como una persona rara.
Algunos colegas de la universidad cuando van a España o Latinoamérica compran camisas de colores verde, rosado o rojo vistosos, o trajes de color claro. Regresan al Japón siguen usándolo por estar a gusto con ello pero esto perdura por sólo unos dí­as. Enseguida se sienten incómodos con esos colores.

Japoneses esperando para cruzar la carretera frente a Motomachi Eki.

Las estudiantes y las mujeres tienen mayor libertad en su actitud y en su vestir, pero sólo hasta cierta edad. La libertad de los estudiantes se esfuma cuando entran a trabajar en las compañí­as japonesas. Y la de las señoritas cuando se casan. Las calles centrales
de los barrios están llenas de jóvenes; son los que cuentan con el tiempo y disfrutan los teatros y las salas de arte. Cada japonés sabe cuál es su papel en la sociedad, o mejor dicho, la sociedad le impone el papel que debe desempeñar en su momento.
El japonés vive casi de una misma manera. Tiene casi los mismos sentimientos. Tal vez les extrañe a ustedes que para comunicarse sean poco expresivos. En realidad el japonés con algunas palabras sueltas logra entenderse. Desconfí­a de la persona elocuente y
aprecia al hombre de pocas palabras. Además no les gusta a el debate o la discusión. El japonés hace lo posible para no contradecir a su interlocutor. Trata de llevar la corriente al otro. Las respuestas son ambiguas y a veces hasta contradictorias al verdadero pensar del que la emite, Por ello no se puede dar una confianza absoluta a las palabras de su interlocutor. Sino que se tiene que intuir que es lo que el otro desea. La intuición y la sensibilidad en el trato entre japoneses es muy importante. El japonés no detalla sus sentimientos. Los calla o sólo dice algo vago y general. Mas que las palabras es una pequeña alusión o un ligero cambio de rostro, que no se debe pasar desapercibido, lo que revela el verdadero sentimiento del japonés.

Estudiantes Bonsái

Monday, July 24th, 2006

Hace algunos dí­as que estoy más ocupado que de costumbre y serí­a una pena dejar demasiado a un lado el blog. Nunca lo hemos visto como una obligación por supuesto, es un placer, y cuando uno no tiene ganas de escribir pues mejor no hacerlo. Pero la verdad es que me gustarí­a poder dedicar más tiempo a este espacio. Puesto que de momento será un poco difí­cil mantener un ritmo ideal al postear he decidido abrir una nueva sección en la que colocaré algunos artí­culos de opinión aparecidos en la prensa japonesa. La temática estará muy abierta, pero trataré de que todos nos muestren algunas visiones personales de este paí­s. Por supuesto las fotos son y seguirán siendo las que nosotros hacemos.

Para empezar he elegido un articulito en el que su autor, utiliza la sección de cartas al director para exponer su punto de vista acerca del sistema educativo japonés. A ver qué os parece:

Bonsais bajo la ví­a del ferrocarril de la JR en Motomachi.

Estudiantes Bonsái

A muchos japoneses, entre ellos mi padre, les gusta cultivar bonsáis. Sin embargo, yo lo detesto de verdad porque he visto a mi padre retorcer alambres alrededor de los arbolitos y cortar ramas para lograr la forma ideal que él desea. Me parece una lástima no dejar crecer a las plantas de un modo natural.

Un gran árbol crecido de un modo natural en las ruinas del castillo de Takeda, cerca de Himeji (la muchachita del fondo es Yito).

Pero no escribo para quejarme sobre los bonsáis. El motivo es que estas plantas me recuerdan el sistema educativo en las escuelas japonesas. Los maestros, por lo general, intentan crear estudiantes idealizados mediante reglas que obligan a cortarse el pelo y restricciones en el uso de los pantalones y faldas de los uniformes. Si un estudiante se tiñe el pelo, los profesores lo castigarán sin duda.

Otro enorme árbol, esta vez en Koyasan, en la prefectura de Nara (el duendecillo que aparece bajo en árbol en la foto soy yo).

¿Por qué llevar el pelo largo o teñido ha de causar tales problemas? Se dirá que eso puede dar una mala imagen de la escuela, ¿y qué?.
En general a los maestros japoneses les preocupan demasiado las conveniencias sociales. Educar significa mucho más que producir estudiantes bonsái.

Un grupito de “estudiantes bonsáis” junto a la estación de Minato Motomachi.

Las plantas bonsái quizás sean más hermosas que las silvestres, pero desean crecer libremente. Me parece que los estudiantes japoneses sienten lo mismo.

Tatsuo Yamakoshi Nakajo, Niigata-ken

La belleza de un paraje natural es difí­cilmente comparable a la del más cuidado de los bonsáis. Esta garganta la fotografié en mitad de nuestro ascenso a Koyasan, en Nara.