Hace ahora 15 años de que ocurriera el gran terremoto de Hanshin Awaji. Concretamente tuvo lugar el 17 de enero de 1995, a las 5:46 la tierra se estremeció violentamente segando la vida de 6433 personas y privando de sus hogares a otros miles de ciudadanos.
En Kobe el recuerdo del seísmo está siempre presente. Este año, al cumplirse ya tres lustros de aquello, los eventos relacionados con el desastre han tomado un cariz algo más especial de lo habitual. La mismísima princesa Masako estuvo el pasado domingo en la ciudad para presidir algunos de dichos actos.
Tristemente el horror causado por las fuerzas de la naturaleza hacía su aparición el día 12 en Haití, donde permanece instalado. Allí las dimensiones de la catástrofe alcanzan lo dantesco. Y lo peor es que lo evitable sigue repitiéndose, la miserable respuesta de la burocracia.
En el caso de Kobe tuvieron que transcurrir dos días para que a la zona llegara un contingente adecuado de policías y rescatadores. Perros especializados en rastreo de personas llegaron desde Suiza pero fueron retenidos durante una semana en el aeropuerto para mantener cuarentena. En numerosas ocasiones he oído de la boca de personas que vivieron aquella situación cómo el clan Yamaguchi Gumi, principal eje del crimen organizado en Japón, sacaba a las calles comida y objetos de primera necesidad para abastecer a una población que no estaba para ofrecer demasiada comprensión a sus burócratas.
Hacía unos años que no pasaba por el parque Higashi Yuenchi para unirme al sentimiento de todos los kobekko y mostrar mis respetos.
Sería bueno que ese ambiente de solidaridad que se respiraba allí se contaminara a quienes verdaderamente tienen en su mano el poder brindar ayuda al pueblo de Haití.