Tsunami

November 10th, 2008

Una de las imágenes más conocidas y hermosas de entre todas las que son usadas como sí­mbolos de Japón es el ukiyo-e de Hokusai conocido como “El tsunami de Kanagawa”. Realmente esta es una traducción aproximada del tí­tulo japonés “神奈川沖浪裏” (Kanagawa okinamiura), que viene a ser algo como “oleaje de alta mar en Kanagawa”.
El original forma parte de una serie de treinta y seis vistas del Monte Fuji que el autor realizó entre 1826 y 1833.
Por cierto, no deja de ser irónico que un icono de tal importancia tenga sus copias repartidas entre el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el Museo Británico, y la casa de Claude Monet en Giverny, Francia, todas fuera de Japón.
Caminando por Den-den Town, en Osaka, encontré esta tienda outlet de muebles cuyo rótulo muestra una interesante versión adaptada del citado ukiyo-e:

Aquí­ lo vemos en detalle:

La célebre ola no deja de servir de inspiración para la creación artí­stica. Aquí­ os he querido mostrar algunas de las que me han parecido más atractivas:

Custom Nike Dunk Tsunami, por Twitch.

Heaven or Hell, por Tsubaki Anna.

Surfin´ E.D.O. #6, también por Tsubaki Anna.

Mural londinense del barrio de Lambeth.

Diseño para camiseta por Terratag.

Kiyomizu’s English

November 5th, 2008

Patrimonio de la Humanidad desde el año 1994, el templo de Kiyomizu en Kyoto es sin duda uno de los emblemas de la ciudad y uno de los rincones más concurridos de la antigua capital. Al respecto la guí­a Lonely Planet dice que “actualmente es uno de los sí­mbolos más célebres de la ciudad, lo que, por desgracia, lo convierte en uno de los destinos principales de autobuses llenos de turistas japoneses […]”. No le falta razón a este comentario, pero al ser la fuente del mismo un libro de viajes no deja de tener su gracia, como si las guí­as tuvieran otra función que no fuera la de orientar y promocionar el turismo. Quizás para Lonely Planet los turistas japoneses sean menos dignos de visitar su propio patrimonio.

El caso es que anduve hace unos dí­as por allí­ (era mi cuarta visita al templo) aprovechando que mi paisano y amigo Nacho estaba de visita por Kansai. De paso llamé a Raúl, otro buen amigo y colega que tiene la “suerte” (aunque me temo que él matizarí­a el uso de este adjetivo) de vivir en Kyoto. Una vez en Kiyomizu nos fijamos en un curioso aviso escrito en inglés sobre una tablilla de madera en el que se trataba de indicar a los turistas extranjeros la prohibición de acceder a una zona del recinto con los zapatos calzados:

Tení­a esta otra foto de una anterior visita durante la época estival:

Entenderse se entiende, pero uno se pregunta si de verdad cuesta tanto consultar con un nativo a la hora de colocar estos avisos.

サドル (El sillín)

November 1st, 2008

Visto en Den-Den Town, Osaka.

Love & Eros

October 26th, 2008

Comentaba en una anterior entrada acerca del barrio de Shinkaichi , en Kobe, que se trata del lugar donde antaño se encontraba el centro de diversión de la ciudad. Precisamente por ello y porque Shinkaichi alberga el Kobe Art Village Center allí­ mismo tiene lugar cada año el Festival de cine “Love & Eros”, que desde el pasado viernes hasta hoy celebraba su sexta edición.

Cartel de la 5ª edición, año 2007.

Y es que Shinkaichi fue entre otras cosas el distrito del placer dentro de Kobe. Ahora esa función le ha sido relegada, moviéndose al vecino barrio de Fukuhara.

Pero la realidad es que este festival está dedicado al público femenino. Se proyectan filmes que van desde el erotismo al porno en su versión más “light”, hay seminarios sobre la profesión de modelo, muestras de moda, exposición de lencerí­a, maquillaje, servicio de manicura y “nails art”, salón de belleza, etc.

Cartel de la 4ª edición, año 2006.

Al festival asisten invitadas de honor que son o fueron actrices del género que motiva el evento.
En fin, no parece que los hombres tengamos mucha cabida en este “eigasai” pero para las feminas no deja de ser una interesante cita. De hecho el gusto con el que son realizados los carteles del festival lo hacen suficientemente cautivador.

Una razón más para que las chicas visitéis Kobe 🙂 .

If you wanna hang out, caffeine

October 22nd, 2008

Durante una época me dio por el té. Sin llegar a versarme en el tema me fui familiarizando con algunos nombres y con sus respectivos aromas y sabores. Nombres como pu-erh, oolong, lapsang, matcha, ryokucha, soukenbicha, houjicha o rooibos, entre otros. Eso fue después de indagar las múltiples variedades de té procedentes de La India que iba encontrando en el mercado: diversidades del Ceylon Tea (de Sri Lanka), del Darjeeling, del Sabah (este es de Malasia) o del Earl Grey, por ejemplo. Por el último de los citados sigo sintiendo predilección cuando va acompañado de flores de bergamota.
Sin duda mi atracción por el mundo anglosajón y mi posterior venida a Japón tienen mucho que ver con todo esto.

Recuerdo que a poco de llegar aquí­ compré una de esas máquinas dispensadoras de agua caliente que son tan habituales en las cocinas por estos lares. Todo un lujo tener una en casa para alguien aficionado a las infusiones. La llenaba de agua, se calentaba en un breve lapso de tiempo y el termostato se encargaba de mantener la temperatura a 90 grados constantemente mientras estaba en uso. El resto del tiempo el mismo dispositivo ahorraba energí­a bajando el calor hasta los 50 grados aproximadamente. Prepararse una taza de té nunca me habí­a resultado tan fácil.

Me cuesta recordar ahora el momento justo en que decidí­ sustituir el té por el café. Estando aquí­ trabajando y conociendo al mismo tiempo el nuevo terreno al que me enfrentaba el cuerpo me pedí­a… digamos que un principio activo diferente al del té, al que estaba más que acostumbrado. Probé entonces el café de las “convenience stores” y de las máquinas expendedoras: Georgia, Boss, Mt. Rainier, UCC… Habí­a decenas de tipos entre los que elegir, pero por lo general me parecí­an demasiado dulces o suaves, y desconfiaba de la calidad de la leche que contení­an (normalmente se trata de brebajes demasiado acuosos).

Máquina expendedora de café.

La marca Mt. Rainier no me pareció estar del todo mal y de hecho es la que compro cuando no me queda otro remedio que recurrir al “konbini”. Lo venden expresso, expresso doble, sin azúcar, con chocolate negro, con chocolate blanco, con miel, con vainilla, etc., y por el módico precio de 144 yenes tenemos nuestra pequeña dosis de 30 miligramos de cafeí­na.

Lo siguiente fue descubrir las cafeterí­as de Japón. Hasta entonces siempre que habí­a pisado un café lo habí­a hecho acompañado de alguien, buscando un rincón para conversar, no diré plácidamente pues los cafés de Sevilla no se caracterizan precisamente por el silencio. Pero ahora me encontraba entrando en ellos solo y cada vez con más frecuencia. Curioso, porque algo que me habí­a chocado enormemente al llegar aquí­ era entrar en un “kissaten” y ver a tanta gente solitaria sentada frente a su taza con la mirada clavada en la pantalla del teléfono móvil. No se escuchaban allí­ otras voces que las que provení­an del televisor.

El edificio de Nishimura Coffee, en Kobe.

Frecuentaba los Starbucks, acerca de los cuales el escritor Antonio Muñoz Molina habla en uno de los capí­tulos de su libro “Ventanas de Manhattan”. Dice así­:

“Gracias a los Starbucks, que están en todas partes, se puede hacer en Manhattan una vida de café tan haragana como en una capital de provincia española de hace cincuenta o sesenta años. En el café se está solo y se disfruta a la vez de la compañí­a rumorosa de la gente. […] es un buen sitio para ver pasar la vida, para observar de cerca y a la vez no comprometerse, no sentirse atrapado o encerrado. En las pequeñas mesas redondas de los Starbucks siempre hay gente solitaria que lee el periódico, estudia apuntes, se embebe en un libro, aparta los ojos de la lectura para mirar a la calle, trabaja en los ordenadores portátiles. Los domingos suele haber más gente que conversa, y ese fondo de voces hace compañí­a y corrige en parte el ensimismamiento del extranjero. […] En el café se es a la vez sedentario y transeúnte, y si uno tiene la suerte de ocupar una mesa junto al ventanal, la situación es admirable, perfecta: uno es la estampa involuntaria del desconocido que mira la calle tras los cristales del café, y esa figura, ese anonimato, le concede una visión alejada y un poco novelesca de sí­ mismo. […]”.

Sencillamente genial y totalmente aplicable al caso de Japón.

¿Cacao en polvo o canela?

En los cafés siempre que puedo pido cappuccino, pues con el caffe latte y el café au lait (diferentes en Japón al igual que en Estados Unidos) me pasa algo parecido a lo antes referido acerca de los del konbini, y pedir un expresso puede llevar a situaciones de sorpresa en las que nos sirvan una minúscula tacita de café negro acompañada de una no menos ridí­cula jarrita con leche por 500 yenes. Existen, por supuesto, muchos otros tipos, pero sin duda están destinados a paladares más golosos. El cappuccino, sin embargo, tiene la cantidad justa tanto de leche como de cafeí­na, y suele servirse acompañado de un palito de canela y azúcar moreno.

A veces me asalta la duda sobre cuál es mi verdadera adicción: la del café o la del mero disfrute de esos minutos de soledad.

El alma del haiku

October 14th, 2008

Discí­pulo del fallecido Reiji Nagakawa (el afamado traductor del “Ulysses” de James Joyce a la lengua japonesa que se enamoró de la ciudad de La Giralda) y del reputado Fernando Rodrí­guez-Izquierdo (toda una autoridad en materia de haiku de quien un servidor puede decir que tuvo el privilegio de ser alumno) Vicente Haya se doctoró en Filosofí­a por la Universidad de Sevilla con su tesis “La expresión de lo sagrado en el haiku japonés”. Desde entonces este paisano mí­o no ha cesado en su devoción por la poesí­a tradicional nipona. Su producción literaria así­ como la labor desempeñada en el campo de la traducción es prueba de ello:

-“El corazón del Haiku: la expresión de lo Sagrado” (Ed. Alquitara, 2002)
-“La poesí­a zen de Santoka, 70 haikus esenciales” (Ed. Maremoto, 2002)
-“El espacio interior del Haiku” (Ed. Shinden, 2004)
-“Saborear el agua, cien haikus de un monje zen” Taneda Santoka (Ed. Hiperión, 2004)
-“El monje desnudo” Taneda Santoka (Ed. Miraguano, 2006)

Hace unos dí­as recibí­ un correo electrónico de Vicente en el que me informaba de la apertura un nuevo blog dedicado al tema: “El alma del haiku”. Le pregunté si le parecí­a bien presentar su portal desde Motomachicakeblog y amablemente aceptó cediéndome además la entrevista que os dejo a continuación (se trata de un texto ajeno a esta web pero inédito, espero que os resulte tan interesante como a mi me lo ha parecido).

¿Por qué escribir haikus hoy?

Hoy, como ayer, el ser humano está necesitado de enraizarse en el mundo, de atender a lo que sucede, de registrarlo todo. Somos los que ambicionan hacerse con los instantes. El haiku es un medio tremendamente efectivo para pulir nuestras inconsistencias, para abrir sitio a lo sagrado en nosotros, para adiestrarnos en la Ví­a.

Hay quienes afirman que no se puede escribir haikus si no se es japonés…

Sólo un ignorante podrí­a afirmar tal cosa. Nosotros no tenemos menos corazón que los japoneses ni menor necesidad de educarlo. Lo que es cierto es que no se puede escribir haikus sin saber lo que es el haiku. El haiku es un arte japonesa, esto quiere decir que para comprenderlo hay que sumergirse en un modo concreto de sensibilidad. Pero, una vez que nos hemos impregnado de esa forma japonesa de estar en el mundo, es válido todo aquello de nosotros que ha sobrevivido a la experiencia. El haiku evoluciona porque no es un arte de museo, y una de sus posibles evoluciones le vendrá de la mano de los occidentales que hayan llegado a calar hondo en él.

Pero, ¿se puede extrapolar la espiritualidad japonesa al mundo occidental?

No se trata de implantar en España la “espiritualidad japonesa”, sino un modo especí­fico de acercarse a lo sagrado, inventado en Japón, cierto, pero no por eso menos universal. Lo sagrado, si es real, no tiene adjetivo. No es “lo sagrado oriental” o “lo sagrado semita”. O es sagrado y entonces es universal, o no es ninguna de las dos cosas, ni sagrado ni universal. He dicho que el haiku era un arte japonés y que hay que sumergirse en la cultura de la que nace, como el flamenco es un arte andaluz y no puede llegarse a la entraña ajeno al lugar que da origen a esa sensibilidad. Pero eso no quiere decir que los japoneses tengan el monopolio del acceso a lo sagrado, ni siquiera a través del haiku. Más al contrario, la sociedad japonesa está muy desorientada respecto al valor de su mundo tradicional, al tiempo que nosotros cada vez más estamos haciendo un haiku limpio y humilde, como el de Buson.

Usted defiende un concepto de haiku japonés. ¿No son válidas otras formas de acceder a esta manifestación poética?

No. El haiku es lo que es. El haiku no es senryí», no es zappai. A veces en Occidente se habla de haiku cuando de lo que se deberí­a hablar es de alguno de esos otros dos géneros. Sólo hay un camino. Como dí­rí­a SantíŽka: Kono michi shika nai. Queremos abrir nuevas ví­as al haiku antes de saber lo mí­nimo sobre qué es el haiku. Tenemos prisa y carecemos de cortesí­a. Así­ no vamos a ninguna parte.

¿Qué le parece el haiku urbano?

Este subgénero no existe en Japón. Se habla de “haiku contemporáneo” y se presupone que hay dentro de él un espacio posible para todo lo que es actual. He oí­do expertos japoneses argumentando que el coche del siglo XX es el carro del XVIII, y que por qué uno merecerí­a entrar en el haiku y otro no. Yo creo que el asunto es si queremos conservar de nuestro mundo los coches, los edificios, los postes eléctricos, el béisbol…, El haiku no es sólo lo que plasma un mundo, sino que también el mundo que quieres plasmar. No es sólo la realidad que te circunda, sino la realidad que quieres preservar. Y es imposible que te emocione, que tengas aware por algo cuya perpetuación no deseas. El haiku no sólo da fe de tu mundo sino que a veces te obliga a cambiarlo por otro, o a huir de él y buscar otro hábitat donde la experiencia espiritual te sea más posible. No niego que existen “haikus urbanos” de una gran calidad y capacidad de emoción, pero hay que tener cuidado con que no sea un consuelo para gentes con una sensibilidad abotargada, cobardes que temen entregarse a la Naturaleza.

¿Se puede enseñar a escribir haikus?

Sí­. El haiku es una técnica. Y, como todas las técnicas, precisa estudio. Los grandes maestros de haiku pulí­an sus haikus durante años y comentaban entre ellos cómo perfeccionarlos. El haiku no es instinto, es elaboración. Pero sólo técnica empleada por alguien sin sensibilidad, o por alguien vanidoso, se nota en seguida si lo que hace es un haiku. Lo que no puede la técnica es anticipar estadios espirituales que aún no has logrado. No puedes fingir estar donde no estás por más técnica que tengas. Porque el haiku no engaña. Es transparente. Para eso tiene la falta de recursos literarios que tiene; para que todo se note más.

¿Qué le parece la relación entre el haiku y las artes plásticas como la pintura o la fotografí­a?

De esto he hablado ya mucho en Haiku-díŽ (Kairos) y El corazón del haiku (Mandala).

¿Hay un renacimiento del haiku en español?

Desde hace unos diez años, gracias a páginas web como El rincón del haiku, se ha producido en castellano una auténtica escuela de haiku. Es algo emocionante ver cómo los esfuerzos no caen en saco roto, y hasta qué punto los que comienzan a escribir haikus se están dejando guiar por su sinceridad y su fino olfato. Desde luego que hay los tí­picos tertulianos de salón, con mucho tiempo libre y demasiada vanidad para reconocer que se han inventado el haiku y se han autoconstituido en maestros antes de haber puesto un pie en Japón, gente que no han encontrado cabida en la literatura occidental y quieren ser maestros en cualquier otro mundo que no les exija tener ningún talento literario. Y se aprovechan de que el haiku ha sido durante décadas tierra de nadie. Pero actualmente es ya difí­cil engañar a las almas cándidas que se acercan al haiku sobre quién sabe y quién no sabe. Estos “falsos maestros” son ya una excepción y están en ví­as de extinción.

¿Qué le parece la situación actual del haiku en español?

Hay que trabajar más. Todaví­a falta mucho. Estamos en la prehistoria. Pero en la prehistoria que ya ha inventado el fuego y la rueda. Es cierto que podrí­a haber cientos o miles de buenos escritores de haiku, con el tiempo que hace que teóricamente se conoce el haiku en España e Iberoamérica. Y no los hay. Pero al menos hay una docena de buenos escritores de haiku en castellano. Estos serán maestros de los que vengan después. Lo importante ahora es poner orden. Esto ha sido hasta ahora un crecimiento tumoral: hay que cortar, sanear y establecer las condiciones de una vida saludable en el cuerpo mí­stico del haiku para que el paciente viva mucho tiempo y siga viajando de aquí­ para allá. Porque el haiku es viajero y le gusta expandirse, pero con disciplina. Sin orden, no hay haiku.

¿Puede innovar el haiku en occidente? ¿En qué dirección habrí­a que ir?

No puede hacer evolucionar el haiku quien no sabe qué es el haiku. La única propuesta seria de futuro es la que parte del presente. í‰se es el problema de muchos autores occidentales de haikus. Que sin haber llegado al haiku actual con todos sus matices, sin conocer apenas la historia del haiku y de sus protagonistas, ya pretenden estar innovando. No basta con haber leí­do un haiku que hable de rascacielos o de béisbol para proponer algo que sirva al haiku de punto de evolución. El haiku tiene su propia historia y hay que recorrerla para llegar al presente y atisbar desde el presente el horizonte. Ni siquiera estudiando a fondo a autores actuales como SantíŽka podemos situarnos en la perspectiva del horizonte. Hay también que estudiar qué se ha hecho, qué ha tenido éxito y qué ha fracasado en el pasado. Es como si pretendiéramos pintar sólo conociendo a Picasso.
La única dirección que puede tomar una propuesta futura de la evolución del haiku es la de una mejor captación de lo real ahí­ fuera. Y la única fórmula, siempre la misma, en Buson, en SantíŽka o en Seishi, es una mayor intimidad con el mundo.

Una vez que se han aprendido todos los procedimientos, todas las técnicas, todas las caracterí­sticas, ¿no habrí­a que desnudarse y acceder al haiku desde la inocencia, desde la pureza?

Sí­. Efectivamente. Pero ¿cuántos occidentales podrí­an decir que “han aprendido todos los procedimientos, todas las técnicas, todas las caracterí­sticas”? Yo no conozco a ninguno. Ni siquiera Blyth o Seiffert. Hay que haber leí­do cientos de miles de haikus para desarrollar el haimi (sabor a haiku). No perdamos de vista que la producción anual de haikus es de un millón de haikus bastante notables. Es una fertilidad tal que ni siquiera desde Japón y familiarizado con la herramienta del japonés se puede abarcar. ¿Quién en Occidente, habiendo leí­do ciento cincuenta haikus de BashíŽ o Shiki, doscientos haikus de Buson, trescientos de Issa o SantíŽka, cien de RyíŽkan y pare usted de contar, quién puede decir que ya conoce el haiku japonés? Probablemente al idioma castellano no se hayan vertido ni siquiera un millar de haikus japoneses… No, hace falta humildad para estar toda la vida aprendiendo. Nuestros haikus no deben tener otra pretensión que ser la palabra que acompañó nuestra ignorancia. La palabra de un caminante que no sabe dónde está su meta… Fertilidad salvaje del haiku. El haiku es una selva que no se termina nunca de recorrer, en extensión, en profundidad… Cuando has acabado la selva de fuera te queda la selva de dentro. Las reglas del haiku, como las de la selva, son sólo reglas para tu supervivencia. No son lí­mites en el sentido de algo que te aliene, sino lí­mites que te hacen posible.

Kobe Jazz Street

October 8th, 2008

El festival Kobe Jazz Street es uno de los eventos más prestigiosos dedicados a dicho género musical en todo el paí­s y aun fuera de sus fronteras. Sus inicios se remontan al año 1982, cuando algunos jazzeros de la ciudad, sugestionados por un cierto parecido –según ellos– entre algunas de las calles del distrito de Kitano (en el norte de la ciudad) y la famosa 52nd Street de Nueva York, decidieron crear un evento que reuniera a la flor y nata del jazz (aunque también tienen cabida los músicos amateur) para deleitar a los aficionados locales con actuaciones que tienen lugar simultáneamente en quince salas ubicadas en el citado distrito. Mediante la adquisición de una camiseta o un polo con el logotipo del festival podremos acceder a las diferentes sesiones.

Este año el evento tuvo lugar durante el pasado fin de semana. Por la mañana anduve ocupado pero en cuanto pude me dirigí­ hacia Kitano, pues no querí­a perderme la ocasión de pasear por sus calles y catar el ambiente que allí­ se respiraba.

Sone es uno de las principales salas de jazz del barrio.

Decidí­ subir hasta Kitano Circus, una pequeñita plaza en lo alto del barrio que ofrece unas extraordinarias vistas de la ciudad. Se trata, obviamente, de una de las zonas más visitadas de Kobe donde nunca faltan turistas. Dada la cercaní­a fí­sica del festival muchos de los jazzeros foráneos paseaban por allí­ en la tarde del sábado.
El lugar reúne algunas edificaciones de estilo europeo que conforman el “Ijinkan” (que literalmente significa “casa extranjera”) y que ocupan esta ubicación desde hace más de 100 años en algunos casos. Estas casas fueron habitadas por los inmigrantes extranjeros llegados a la ciudad portuaria con el sueño de hacer fortuna. El interés histórico del emplazamiento es por tanto indudable.
Mientras subí­a una empinada cuesta que da acceso a Kitano Circus me percaté de la presencia de algunas cámaras de televisión. Estaban filmando a un chico que empujaba un carrito de madera sobre el que habí­a una enorme tarta de bodas. Eché un vistazo pero rápidamente el porteador y su pastel desaparecieron del alcance de mi vista.

Detalle de la entrada de una vivienda colindante a la Weathercock House.

Seguí­ mi camino y llegué a la placita enclavada tras una escalinata flanqueada por pequeñas fuentes en cascada. La proximidad de la montaña, a apenas unos metros de allí­, deja que la pureza del aire sea fácilmente perceptible en contraste con la parte baja de la ciudad. También parece como si la contaminación acústica de la urbe fuese repelida por el verdor del monte.

La Weathercock House.

En un marco tan incomparable me hallaba cuando de repente se dejó notar un pequeño revuelo: el equipo de televisión habí­a llegado al lugar precedido del chico de la tarta. Avancé unos pasos para ver de qué se trataba y levanté mi cámara para sacar una foto del momento. Fue hacerlo y aparecer un “mozalbete” con el ánimo aparentemente turbado, haciendo una equis con los brazos mientras se dirigí­a hací­a donde yo estaba, vociferando: “shashin dame desu!”. Tomé la foto que veis abajo y me di la vuelta dando por perdido el más mí­nimo interés, pero cavilando acerca de la prepotencia de estos muchachotes de la tele, pues no es la primera vez que presencio este tipo de escenas. Ya el año pasado, mientras regresaba un viernes por la noche a casa desde el trabajo, me crucé con el mismí­simo Katori Shingo vestido de Son Goku… Al parecer estaban grabando un programa para promocionar una nueva pelí­cula a la par que hací­a lo propio el restaurante chino donde el cantante de SMAP, acompañado de todo el elenco de miembros del equipo, entró. A pesar de que no habí­a precisamente una muchedumbre congregada algunas chicas sacaron sus móviles para tratar de llevarse alguna prueba digital de lo que allí­ acontecí­a, con el fin de ser objetos de la envidia de sus amigas al dí­a siguiente. Pero al igual que el pasado sábado en Kitano no tardó en aparecer un “chaveas” en la misma disposición que el retratado, quien no satisfecho con el veto oral se dedicó a tapar con una carpeta los objetivos de las cámaras de los móviles que iba encontrando a su paso.

Siempre he pensado que a la hora de sacar una foto donde aparecen personas hay que andarse con pies de plomo, pero no creo que sea equiparable la cosa si uno se encuentra al mismí­simo rey mono caminando por su barrio o si se está en un lugar de interés turí­stico especial. Exceso de celo creo que lo llaman.

Por la expresión de su cara se podrí­a decir que me está perdonando la vida.😀

Cuando mostré la foto tomada a Yito me aclaró que se trataba de dos de los integrantes de la banda Tokio, uno de tantos del grupo Johnny´s (empresa de la que salen muchachitos de estos como churros y todos se hacen famosos casi por decreto ley). “Hay que joderse”, me dije, con los dueños de la calle hemos topado. No hay mejor momento y lugar para grabar el programita de marras que en Kitano el dí­a del Kobe Jazz Street, donde por cierto hay músicos de verdad a punta de pala, y sin semejantes exclusivos derechos de imagen.

Este no se quejó cuando lo retraté.

Tierra fértil

September 30th, 2008

Mi colega Javi Ruiz está de exposición en Sevilla. Si os coge cerca no dudéis en ir a echar un vistazo. Con un poco de suerte hasta podréis coincidir con él allí­ y conocerle. Es un tipo interesante sin duda.
Javi vivió algún tiempo en Japón y quedó impresionado por el arte japonés, que a pocos suele dejar indiferentes. En su currí­culum figuran los nombres de dos galerí­as de exposiciones japonesas, una de ellas el Art Space Rashinban de Tokyo.
Este de abajo es el cartel de su exposición. Lo he enlazado a su página web donde encontraréis extensa información sobre el evento.

Esta otra imagen es un escaneado de la página del Diario de Sevilla del dí­a 27. El texto es de Martha Liriano y la foto de Victoria Hidalgo.

Una de las paredes de mi pisito goza del privilegio de estar adornada con una pintura de Javi con la que me obsequió durante la visita que le hice en su casa el pasado mes de enero. Javi, ya me dirás si se ha revalorizado por si me veo en aprietos económicos 😉 .

Saetas sintoí­stas

September 26th, 2008

Salí­ al encuentro de Ana, que habí­a vuelto de España un dí­a antes. “Nos vemos en Ikuta Jinja en cinco minutos, estaré por allí­ haciendo unas compras” me dijo cuando hablamos por teléfono y comentó algo acerca de una exhibición de artes marciales que estaba teniendo lugar en el santuario. Yo ya estaba pedaleando entonces y, aunque era un poco tarde y habí­a poquita luz, habí­a salido de casa con la cámara –“nunca se sabe lo que uno se va a encontrar por ahí­”, pensé–.

Con Ana ya siente uno ese inusitado privilegio que otorga la confraternidad, cuando el hecho de la ausencia temporal de un amigo no da pie al más mí­nimo distanciamiento en la amistad. Esto suele pasar en contadas ocasiones. Me refiero a ese tipo de reencuentros en los que alguien suelta algo como “parece como si nos hubiésemos visto ayer por última vez”, en referencia a un manifiesto alto grado de complicidad y camaraderí­a.

A las ocho de la tarde, en un dí­a normal, el santuario de Ikuta tiene sus puertas cerradas al público. Al verlo iluminado y con tal congregación de personas durante la noche me sentí­ empujado a entrar para echar un vistazo mientras escuchaba las vivencias de esa especial estancia de Ana en su tierra.

Miembros del club de “kyuudou” (弓道) preparándose para tirar.

Anteriormente habí­a presenciado algún que otro entrenamiento de “kyuudou” (el camino del arco) en las instalaciones de una high school en la que algunas veces hice de asistente nativo en las clases de idiomas. Desde el primer momento pensé que de todas las artes marciales es esta la que confiere mayor elegancia a quien la practica. Y no hace falta ser un aprendiz de tal disciplina para darse cuenta de que es un modo suficientemente eficaz para cultivar virtudes como la perseverancia y la paciencia.

El señor de la foto estuvo poniéndole narración al evento por medio de la megafoní­a del recinto. Al parecer el hombre tiene 82 años y no ha olvidado en lo más mí­nimo la manera de tensar el arco. De hecho fijaos en el modo en que mientras lanza una primera flecha sostiene una segunda con la misma mano que tira del enflechamiento de la cuerda. í‰l no necesita carcaj ni artilugios por el estilo.

Dos chicas extranjeras que figuraban entre el sector más fascinado del público asistente vieron gratificado su peculiar interés cuando uno de los “sensei” las invitó a participar en el evento. Por supuesto todo ello ocurrió bajo la extrema supervisión de los maestros, a pesar de lo cual hay que decir que una de las flechas salió peligrosamente del campo de tiro. La cara de los profesionales mostró algo de preocupación. Luego entendí­ que dicha inquietud radicaba más en el hecho de que la saeta podí­a haber sido dañada que en la posibilidad de que alguien saliera herido, pues en la zona donde fue a parar no habí­a nadie en ese momento. Imagino pues que estos instrumentos han de ser caros. Uno de los instructores, el mismo que recogió el arma lanzada, dijo: “no hay problema, pero, por favor, colocaos más al medio…” mientras reí­a. No obstante las chicas lo hicieron bastante bien. Yo, de seguro, no lo hubiera hecho mejor.

Aquí­ tenéis algunas fotos más de la exhibición:

La tensión sobre el arco se va ejerciendo a medida que los brazos van bajando su posición, manteniendo siempre la flecha paralela a tierra.

Una vez que la flecha desciende a la altura de la boca del arquero es momento de afinar la punterí­a para, tras liberar la cuerda con un ligero movimiento del brazo derecho, ejecutar el tiro.

You smiled at me and really eased the pain

September 18th, 2008

La situación geográfica de Kobe y el apogeo de la actividad portuaria hicieron de esta ciudad una encrucijada de caminos que entre otras cosas favoreció la adopción de un estilo musical originario de los Estados Unidos: el jazz.
Uno, poco hecho a tales sutilezas melódicas (más por ignorancia que por otra cosa, reconozco), sentí­a una extraña mezcla de respeto y repudio por dicho estilo musical.
Realmente es fácil llegar a pensar que el jazz está reservado a individuos sumamente refinados y que por más que uno se empeñe no dejará de ser poco accesible. Craso error. Como si resultaran más alcanzables otros géneros tales como el flamenco, el folk, el blues o el bossa, sin ir más lejos.
Vivir en Kobe y alternar con sus habitantes me ha hecho cambiar de opinión. Ellos han aprendido a disfrutar del jazz, se han acercado a él sin sentir la más mí­nima aprehensión.

Uno de los músicos de jazz de bronce de Kitano Circus, en Kobe.

Frecuento un pequeño restaurante ubicado en el barrio chino que curiosamente sirve platos japoneses. A lo largo de los dos últimos años me he granjeado la simpatí­a por parte de sus dueños, un matrimonio que rondará los 60. Ambos disfrutan de su trabajo en el pequeño establecimiento de aire norteamericano (de la costa este, por supuesto) que se ha convertido en su segunda casa. Siempre que entro me reciben con sumo agrado. Creo que no puedo decir que haya restaurante en Japón donde coma mejor. A veces el sabor no lo es todo (aunque no quiera decir con esto que el tonkatsu de So-Hei no sea digno de aparecer en cualquier guí­a de viajes que se precie de veraz). La compañí­a se transforma allí­ en camaraderí­a. Los clientes conversan con uno como si le conocieran de toda la vida, desde el primer dí­a. Quizás sea el único sitio donde la primera pregunta dirigida a mi no suele ser “どちらの方ですか?” (“¿de dónde es usted?”) sino algo totalmente diferente, quizás relacionado con la noticia que aparece en ese momento en el pequeño televisor del local o sobre el resultado del partido de los Tigers el dí­a anterior.

El “sensei” disfruta enseñándome la música de los artistas que admira tanto como yo escuchándolos. A veces saca algunos CD y, tras oí­r algunas pistas, directamente me invita a llevármelos a casa para degustarlos con la tranquilidad de la que son meritorios.
Así­ conocí­ a George Benson. Por supuesto sabí­a de su existencia pero poco más. Recordaba que su nombre figuró en uno de los portentosos carteles de aquel festival, antesala de la Exposición Universal de Sevilla en 1992, “Leyendas de la Guitarra”. En concreto aquel dí­a compartieron escenario George Benson, Larry Coryell, el bajista Stanley Clarke y Paco de Lucí­a, entre otros… casi nada. Eso fue en 1991, yo apenas tení­a 16 años por aquel entonces, poca edad y menos dinero. He podido disfrutar de ese concierto muchos años después, ya estando en Japón y gracias a las nuevas tecnologí­as.
El caso es que desde que escuché aquella versión del “Sunny” de Bobby Hebb saliendo de la Guild de George Benson quedé totalmente seducido. Por cierto, su autor compuso esa canción como resultado de la tremenda depresión que supuso para él la muerte, como resultado de una pelea con navajas, de su hermano mayor, Harold, el dí­a 23 de noviembre de 1963, justo un dí­a después del asesinato de John F. Kennedy. El tí­tulo de la canción sugiere precisamente optimismo ante la adversidad.

Fotografí­a de un jovencí­simo George Benson tomada por Francis Wolff.

El domingo pasé por una de las tiendas de discos de segunda mano de Sannomiya. Me encontré con un CD de George Benson en cuya cubierta se ve al músico cargando con su guitarra mientras cruza una calle de Nueva York. El tí­tulo es “The Other Side of Abbey Road”. Obviamente se trata de un álbum de versiones sobre algunos de los temas del disco de The Beatles, pero en tono de jazz.

En el mundo de la música hay un dicho referente a eso de hacer versiones: “hazlo mejor o diferente, de lo contrario no merecerá la pena el esfuerzo”. Estoy de acuerdo (salvando honrosas excepciones). De poco me sirve tener discos con “canciones de karaoke” sobre las que se escuchan voces de celebridades que, por muy afinadas que suenen, no vienen a aportar nada nuevo. Para ello siempre será mejor recurrir al original. Otra cosa es que haya grupos que versionen en directo. Especialmente hablo de bandas noveles que necesitan hacerlo principalmente por dos razones: una para atraer al respetable o darle tregua con temas conocidos que siempre lo animan, y otra para practicar y nutrirse de una rica base musical sin la que es poco probable desarrollar cualquier talento (una aseveración empí­rica que imagino que dada la ingente cantidad de ejemplos que podrí­amos sugerir darí­a poco pie a la controversia). Esto es verdaderamente importante y el hecho de que una sociedad creada para velar por los derechos del autor en España vaya por ahí­ cobrándoles el 10% a estos nuevos músicos por algo tan indispensable para ellos (y por extensión para la “industria” que dicen proteger estos señores) resulta paradójico.

El álbum fue grabado en cuatro sesiones: los dí­as 22 y 23 de octubre y 4 y 5 de noviembre de 1969, cuando ni tan siquiera habí­a transcurrido un mes de la aparición del disco de The Beatles.

Figuras de los Fab Fours en una tienda de ropa militar (¿?) de Motomachi.

Aunque cabe apuntar un ilustre precedente en esto de las versiones precoces de canciones de los Fab Four: en la apertura de la actuación que otro gran guitarrista ofreció en el Saville Theatre de Londres el 4 de junio de 1967, apenas tres dí­as después de que el álbum “Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band” viese la luz, el tema que da nombre a dicho trabajo fue versioneado por “The Jimi Hendrix Experience” ante la mirada atónita de los asistentes, entre los que figuraban Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison y su amigo Eric Clapton.

Cartel de la famosa actuación de “The Jimi Hendrix Experience” en el Saville Theatre.

Impresionante el álbum en su totalidad. Pero si he de quedarme con una parte serí­a con la segunda pista de “The Other Side of Abbey Road”, que comienza con un “Because” tocado con una sesión de vientos cuyos oboe y euphonium llegan a erizarle a uno la piel. De repente el tema cesa y su funde con una versión de “Come Together” auténticamente funk, con unos riff de guitarra justos y limpios. George Benson en estado puro.

A tí­tulo de curiosidad, en la actualidad el guitarrista usa guitarras del fabricante japonés Ibanez, una marca con bastante renombre internacional cuyos instrumentos de la gama alta compiten de tú a tú con las grandes marcas del sector.

Enlace a la sección de guitarras Ibanez GB.