Caminando desde Kenchoumae (en Motomachi) hacia el norte nos encontraremos, a pocos minutos, con el acceso al santuario da Suwa. La cuesta que conduce al lugar puede poner a prueba los gemelos del más osado excursionista, pues si bien su longitud no es cosa del otro jueves sí lo es su pendiente. Afortunadamente existe un camino alternativo que se sirve de una serie de rampas de menor prominencia. Son las que usan los críos que van a jugar al Parque de Suwayama, sitio de recreo al que pertenecen los coloridos neumáticos de la imagen que encabeza esta entrada.
Una vez allí, y a pesar de la cercanía de la urbe, uno siente que está en plena naturaleza. Y por si a algún despistado le cupiera alguna duda de ello carteles como el que vemos en la siguiente imagen nos sirven de recordatorio:
“Inoshishi wa yasei doubutsu desu”, que viene a significar que los jabalíes son animales que crecen en estado salvaje. Y sí, estos animales pululan por estos lares. Cuando uno se topa con ellos es importante no ofrecerles alimento ya que pueden llegar a mostrarse algo agresivos e incluso llegan a morder.
Avisados pues continuamos por nuestra senda, buscando Suwa Jinja. Un torii rojo y negro nos confirma que el itinerario andado converge con aquella terrible cuesta de la que hablábamos. Es el mismo pórtico que antes se divisaba desde allá abajo.
Sobre él una variedad menos frecuente de cerezo aún muestra sus flores.
El día está nublado y conforme ascendemos se nota menos la primavera, pero el reloj biológico de las plantas nos señala con claridad la estación.
Aunque incluso algo tan perfecto tiene a veces sus ambigíŒedades, como podemos apreciar en las hojas del arce de la imagen.
La lluvia de pétalos del sakura en los días anteriores ha cubierto el suelo parcialmente. El resultado deja a la vista un bello contraste de colores.
Alguna que otra flor aún se aferra a los brotes que surgen de un viejo tronco poblado de líquenes.
Hay que subir más. Salimos del recinto de Suwa Jinja.
Ante nuestros ojos se abre el bosque, de un verdor más claro que nunca puesto que es momento de la aparición de las nuevas hojas. ¿Será ese hueco madriguera de jabalíes?
Desde lejos se divisan entre esa inmensa masa verde pequeños puntos azules. Me acerco para ver de qué tipo de florecillas se trata.
En este punto del camino se levanta ante nosotros una estructura metálica en forma de ocho. Es el famoso Venus Bridge.
Hemos de pasar a través de él para acceder a uno de los más impresionantes miradores de la ciudad de Kobe.
En la explanada que hay en la cima hay ubicado un armazón de hierro del que penden decenas de objetos brillantes.
Son candados con mensajes de amor escritos sobre el metal. Venus Bridge es el rincón donde las parejas vienen a sellar su amor. Recuerda bastante a las tablitas ema que abundan en los santuarios sintoístas.
Miro al suelo para descubrir la llave que alguna pareja dejó abandonada allí.
Lo cierto es que hoy no ha venido nadie a colocar uno de esos candados, no hay un alma en la zona. Me dedico a mirar desde Suwayama la ciudad a la que ya ha sido escenario de mi vida por cinco años. Desde la primera vez que pude disfrutar de una panorámica de Kobe siempre me ha sorprendido la quietud que muestra una urbe japonesa desde la altura.
Podríamos incluso apostar a que en ningún momento alguien se asomará a una de las miles de terrazas que tenemos ante nosotros, “this town, is coming like a ghost town…”