Durante una época me dio por el té. Sin llegar a versarme en el tema me fui familiarizando con algunos nombres y con sus respectivos aromas y sabores. Nombres como pu-erh, oolong, lapsang, matcha, ryokucha, soukenbicha, houjicha o rooibos, entre otros. Eso fue después de indagar las múltiples variedades de té procedentes de La India que iba encontrando en el mercado: diversidades del Ceylon Tea (de Sri Lanka), del Darjeeling, del Sabah (este es de Malasia) o del Earl Grey, por ejemplo. Por el último de los citados sigo sintiendo predilección cuando va acompañado de flores de bergamota.
Sin duda mi atracción por el mundo anglosajón y mi posterior venida a Japón tienen mucho que ver con todo esto.
Recuerdo que a poco de llegar aquí compré una de esas máquinas dispensadoras de agua caliente que son tan habituales en las cocinas por estos lares. Todo un lujo tener una en casa para alguien aficionado a las infusiones. La llenaba de agua, se calentaba en un breve lapso de tiempo y el termostato se encargaba de mantener la temperatura a 90 grados constantemente mientras estaba en uso. El resto del tiempo el mismo dispositivo ahorraba energía bajando el calor hasta los 50 grados aproximadamente. Prepararse una taza de té nunca me había resultado tan fácil.
Me cuesta recordar ahora el momento justo en que decidí sustituir el té por el café. Estando aquí trabajando y conociendo al mismo tiempo el nuevo terreno al que me enfrentaba el cuerpo me pedía… digamos que un principio activo diferente al del té, al que estaba más que acostumbrado. Probé entonces el café de las “convenience stores” y de las máquinas expendedoras: Georgia, Boss, Mt. Rainier, UCC… Había decenas de tipos entre los que elegir, pero por lo general me parecían demasiado dulces o suaves, y desconfiaba de la calidad de la leche que contenían (normalmente se trata de brebajes demasiado acuosos).
Máquina expendedora de café.
La marca Mt. Rainier no me pareció estar del todo mal y de hecho es la que compro cuando no me queda otro remedio que recurrir al “konbini”. Lo venden expresso, expresso doble, sin azúcar, con chocolate negro, con chocolate blanco, con miel, con vainilla, etc., y por el módico precio de 144 yenes tenemos nuestra pequeña dosis de 30 miligramos de cafeína.
Lo siguiente fue descubrir las cafeterías de Japón. Hasta entonces siempre que había pisado un café lo había hecho acompañado de alguien, buscando un rincón para conversar, no diré plácidamente pues los cafés de Sevilla no se caracterizan precisamente por el silencio. Pero ahora me encontraba entrando en ellos solo y cada vez con más frecuencia. Curioso, porque algo que me había chocado enormemente al llegar aquí era entrar en un “kissaten” y ver a tanta gente solitaria sentada frente a su taza con la mirada clavada en la pantalla del teléfono móvil. No se escuchaban allí otras voces que las que provenían del televisor.
El edificio de Nishimura Coffee, en Kobe.
Frecuentaba los Starbucks, acerca de los cuales el escritor Antonio Muñoz Molina habla en uno de los capítulos de su libro “Ventanas de Manhattan”. Dice así:
“Gracias a los Starbucks, que están en todas partes, se puede hacer en Manhattan una vida de café tan haragana como en una capital de provincia española de hace cincuenta o sesenta años. En el café se está solo y se disfruta a la vez de la compañía rumorosa de la gente. […] es un buen sitio para ver pasar la vida, para observar de cerca y a la vez no comprometerse, no sentirse atrapado o encerrado. En las pequeñas mesas redondas de los Starbucks siempre hay gente solitaria que lee el periódico, estudia apuntes, se embebe en un libro, aparta los ojos de la lectura para mirar a la calle, trabaja en los ordenadores portátiles. Los domingos suele haber más gente que conversa, y ese fondo de voces hace compañía y corrige en parte el ensimismamiento del extranjero. […] En el café se es a la vez sedentario y transeúnte, y si uno tiene la suerte de ocupar una mesa junto al ventanal, la situación es admirable, perfecta: uno es la estampa involuntaria del desconocido que mira la calle tras los cristales del café, y esa figura, ese anonimato, le concede una visión alejada y un poco novelesca de sí mismo. […]”.
Sencillamente genial y totalmente aplicable al caso de Japón.
¿Cacao en polvo o canela?
En los cafés siempre que puedo pido cappuccino, pues con el caffe latte y el café au lait (diferentes en Japón al igual que en Estados Unidos) me pasa algo parecido a lo antes referido acerca de los del konbini, y pedir un expresso puede llevar a situaciones de sorpresa en las que nos sirvan una minúscula tacita de café negro acompañada de una no menos ridícula jarrita con leche por 500 yenes. Existen, por supuesto, muchos otros tipos, pero sin duda están destinados a paladares más golosos. El cappuccino, sin embargo, tiene la cantidad justa tanto de leche como de cafeína, y suele servirse acompañado de un palito de canela y azúcar moreno.
A veces me asalta la duda sobre cuál es mi verdadera adicción: la del café o la del mero disfrute de esos minutos de soledad.
Cuando tomo café fuera de casa, usualmente es entre amigos. El que más disfruto es el que tomo cuando viajo a Capital Federal (Argentina), mes por medio, en Starbucks. No es tanto por la calidad del café en sí, si no por lo que comenta el señor Molina. Nosotros somos esa gente que conversa, que ríe. Pasamos horas frente a nuestros ventis, acompañados del murmullo de los demás. Inclusive rodeado de amigos, con sólo mirar por la ventana se puede sentir esa soledad de la que hablas. Y es lindo.
Cacao en polvo Y canela, la mejor elección 🙂 fantásticamente descrito Javi.
Yo nunca me he enganchado al café, sin embargo con el té es otra historia. De todos los lugares en los que he estado, el que más me ha gustado es el de la India, concretamente el de Darjeeling, es fantástico.
Hmmm… café sólo, ninguno como el del bar de Manuel en San Sebastian de los Reyes, minutos antes de ver al Glorioso a las cinco de la tarde…
Lo de los espressos en Japón tiene delito… que te sirvan un chorrillo de cafe que se bebe solo con la mirada…
De todas formas creo que Japón es un paraiso de cafeterias.
me encanta el te y el cafe y siempre trato de probar sabores nuevos aunque en japon hay mas variedad en todos los productos aunque eso no querra decir que todos son deliciosos o si?
Con el texto de Antonio Muñoz apetece tomarse un café ahora mismo. Yo soy adicta ya a los cafés de máquina, que realmente son ‘brebajes’ entre café y laxante. No puedo evitarlo, me gusta el acto de ir a la máquina y meter las monedas…que salga un minicafé calentito y las monedas devueltas. Estos cafés que dices, son fríos y se calientan en el microondas o son de esos que se auto-calientan? o son máquinas que te hacen el café al tiempo como en España?
Te refieres a un Kettle? uno de esos calentadores electricos? Jo, siempre me han parecido super inutiles, pero es cierto que son muy comunes en muchos hogares extranjeros. Asi que supongo, que debe ser algo practico, aunque teniendo microondas…
No soy muy amiga del te, prefiero el cafe. Sobretodo el tipico que haces en la cafetera de toda la vida, el de cafetera electrica no me parece igual. Y cuando salgo de viaje pido cafe macchiato, que me resulta lo mas parecido a un cortado…
Hacia tiempo que no pasaba por aqui, me alegra volver a leerte!
[…] No me queda otra que la paciencia, la perseverancia y la cafeína. […]
Es precioso el texto de Muñoz Molina.
Yo vivo en Londres, y aquí hay casi tantas cafeterías como «pubs». Pero a mí me gusta mucho más el ambiente (y los productos) de las primeras que de los últimos. Un Caffíš Nero es un buen sitio para leer o para estudiar.
La principal diferencia con las cafeterías de España y del resto del continente es que los cafés «pequeños» aquí ya son bastante grandes para los estándares españoles. En Japón también me sorprendió lo «pequeños» que me parecían los cafés… http://flickr.com/photos/tripu/1371290481
Enhorabuena por la bitácora; te leo siempre que puedo.